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08/11/2014

A propocito de Gustavo

Una interesante interpretacion a partir de una novela famosa...

aqui la version original :
http://prodavinci.com/blogs/gustav-el-ferreo-de-hans-fallada-y-el-problema-de-los-rescates-por-patricio-pron/

 

Blog de Patricio Pron

 

“Gustav, el férreo” de Hans Fallada y el problema de los rescates

Por Patricio Pron – el 2 de octubre, 2014

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Gustav Hackendahl es un oficial retirado de la caballería prusiana que es propietario de una caballeriza y de una importante cantidad de carruajes en Berlín. A pesar de haberse retirado del ejército veinte años atrás, Gustav conserva la férrea disciplina militar, que emplea en la educación de sus cinco hijos y en el trato con su mujer y sus empleados. Sin embargo, la educación que les ha impartido tiene un efecto contrario al deseado: uno de los hijos no ha podido rebelarse aún contra el padre y trabaja en las caballerizas al tiempo que tiene mujer e hijo en la clandestinidad; otro le roba dinero para correrse juergas; otra, Eva, le roba para emanciparse. Las cosas se complican cuando el hijo ladrón es descubierto y castigado por el padre y huye de la casa llevándose el dinero robado por una de las hijas, al tiempo que ésta es chantajeada por un ladrón que la convierte en su cómplice y en su querida. Comienza lo que después sería conocido como la Primera Guerra Mundial: Erich, el hijo ladrón, se apunta como voluntario en la contienda, otro hijo es reclutado, una hija se marcha como enfermera al frente y los caballos de Hackendahl son expropiados en dos ocasiones, lo que le obliga a volver a trabajar de cochero. Eva es expulsada de la casa por Gustav y poco después éste descubre que su hija se prostituye. Tras dos años en el frente, Otto, el hijo reclutado (el otro, Erich, ha sido ascendido a teniente) regresa a Berlín y se reencuentra con su mujer y su hijo, y con su padre, que le rechaza. Otto busca a Eva pero también recorre las granjas de las afueras de Berlín mendigando comida; antes de regresar al frente se entera de que su mujer está embarazada una vez más. Poco después muere. Erich regresa a Berlín y se convierte en un agitador socialdemócrata. Heinz, el más pequeño de los Hackendahl, descubre el amor con una vecina y recorre Berlín siendo testigo de los acontecimientos revolucionarios que sucedieron a la abdicación del káiser. En la noche siguiente, Heinz y su novia acompañan a Erich a su villa y le informan que su padre está quebrado; al mismo tiempo, Eva balea a su chulo y huye. Gustav, que se ha dado a la bebida tras perderlo todo, se desentiende de sus hijos y vuelve a trabajar de cochero tras renunciar a la hipoteca que había asumido para regentear el alquiler de unas habitaciones. La amante de Erich seduce a Heinz, pero, tras un período, le abandona. Heinz procura ayudar a Eva, que acaba marchándose con su chulo, que ahora está ciego. Heinz finalmente acepta un trabajo en un banco y se marcha a vivir con la viuda de su hermano Otto y sus hijos. Mientras tanto, Gustav malvive estafando a sus escasos pasajeros con la connivencia de un tabernero; en la taberna tiene un encuentro con Erich, que ahora es especulador, y cuando éste lo reconoce le dice que ya no quiere nada con él. Erich se ve involucrado en el asunto de Eva y su chulo cuando éste consigue mediante amenazas que se convierta en su abogado defensor. Heinz visita a Eva en la cárcel pero ésta le exige que no vuelva a visitarla. Una herencia sorpresiva desahoga un poco a la viuda de Otto y a sus hijos. Erich se marcha a Ámsterdam, donde obtiene una pequeña fortuna apostando contra el marco alemán en la Bolsa, pero se ve obligado a regresar a Berlín. Allí, Heinz reconquista a su antigua novia y se casa con ella pero más tarde pierde su puesto en el Banco y tiene que marcharse a la propiedad rural de la viuda de su hermano. Gustav, que sigue siendo cochero pese al auge de los automóviles, se encuentra casualmente con su hija Sofia, que es superiora de un hospital de religiosas, y ésta le ofrece un puesto de porteador que Gustav rechaza para acabar aceptando más tarde. Heinz consigue trabajo en una banca informal en cuyos oscuros negocios está involucrado su hermano; cuando éste último lo descubre, lo despide. Heinz le denuncia y el Banco es cerrado: Heinz se queda sin empleo, y pese a haber tenido un hijo (que ha supuesto la reconciliación con su padre), su carácter comienza a agriarse. Gustav sigue trabajando como porteador y chico de los mandados de Sofía hasta que ésta lo despide y debe volver a su trabajo de cochero. Una noche encuentra a Erich en su casa y lo echa; esa misma noche Erich es detenido en la calle y acusado de traición a la patria por sus maniobras especulativas. Gustav decide viajar a París con la finalidad de demostrar la vigencia del coche de caballo y consigue la colaboración de un aspirante a periodista que obtiene para él un contrato a cambio de que le otorgue la exclusiva. Gustav lleva a cabo el viaje y regresa a su casa.

Der eiserne Gustav [Gustav, el férreo] es considerada una de las obras más importantes de Hans Fallada, autor de la Neue Sachlichkeit conocido principalmente por su obra Pequeño hombre, ¿y ahora qué?, de 1932, y convertido recientemente en uno de los autores alemanes del siglo XX más leídos mundialmente gracias al éxito de la edición inglesa de su novela Solo en Berlín. Quien haya leído el resumen anterior posiblemente no comprenda por qué. En las novelas de Fallada las pasiones son prescriptivamente exageradas y otorgan un carácter casi caricaturesco a los personajes: al igual que los del folletín decimonónico, sus personajes experimentan cambios inverosímiles desde el punto de vista del lector contemporáneo, el principal de los cuales es (en este caso) la transformación del protagonista, que pasa de ser un férreo padre prusiano a un cochero berlinés bonachón y desenfadado. Este cambio no se ve fundamentado en el argumento, cuya sucesión de catástrofes grandes y pequeñas parece más bien susceptible de agriar un carácter antes que de mejorarlo.

De Gustav, el férreo hay una traducción al español de 1961, en las Novelas Escogidasque tradujo Rafael de la Vega para la editorial Aguilar; otras obras suyas habían sido publicadas antes y serían publicadas después, pero Fallada tendría que esperar más de treinta años desde la publicación deUn hidalgo de Pomerania en Círculo de Lectores (1975) hasta su redescubrimiento por parte de la editorial Maeva, que publicó Pequeño hombre, ¿y ahora qué? en 2009 y Solo en Berlín en 2011 para luego ceder su lugar a Seix Barral, que ha editado El bebedor y En mi país desconocido: Diario de la cárcel, 1944 en 2012.

El mérito principal de Gustav, el férreo a los ojos del lector contemporáneo es su precisa reconstrucción de los tiempos turbulentos de entreguerras y de la República de Weimar: Fallada consigue dar cuenta de tragedias sociales y políticas de gran complejidad con unos cuantos trazos y haciendo de sus personajes los protagonistas de esas tragedias en vez de sus meros espectadores, pero, en general, su obra no puede compararse con la excelente Los demonios, del austríaco Heimito von Doderer, ni con Berlin Alexanderplatz, de Alexander Döblin, que se ocupan de los mismos temas. No hace falta decir que ni Döblin ni von Doderer tienen en nuestros días la popularidad de la que disfruta Fallada, al menos en el ámbito anglosajón.

La historia de la literatura se escribe de forma caprichosa y a menudo desconcertante: Fallada tiene un estilo sentencioso y de a ratos pesado, y toda su obra está viciada por el exceso de diálogos. Esos vicios adquieren, en el contexto de su aceptación reciente, una cualidad distinta, sin embargo, y vale la pena preguntarse (y esta es la razón de esta disidencia) si no es un retroceso general de la discusión sobre literatura y un empobrecimiento mayoritario del gusto (además de una visión muy extendida pese a ser errónea según la cual los autores alemanes producen exactamente el tipo de literatura que escribió Fallada: melodramática, trágica, sentenciosa, seria) los que operan en su recuperación. Es decir, si no es una condescendencia excesiva por nuestra parte en tanto lectores y la lectura de tantos malos libros contemporáneos las que legitiman ante nuestros ojos, y los promueven, a los malos autores del pasado y a sus libros. ¿Qué se “rescata” del pasado literario y cómo? es la pregunta que deberíamos hacernos, a pesar de que es probable que la respuesta a esa pregunta nos resulte incómoda. Piénsese, por ejemplo, en todas esas señoras de clase alta que escribieron sus novelas en la primera mitad del siglo XX en algún sitio de la campiña inglesa: eran todo aquello contra lo que autores como Virginia Woolf y George Orwell escribían, la vulgaridad de su época. ¿Qué ha sucedido de allí a entonces para que se nos vendan ahora como gran literatura, y quiénes pierden con el cambio?

 

 

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