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15/04/2012

interesante punto de vista

http://blogs.hoy.es/notas-al-margen/2012/03/31/un-comprom...

este punto de vista sobre la novela 'Solo in Berlin'... con algunas importantes detalles sobre la edicion española que contiene una "nota final del autor" y, ademas, el capitulo inedito en frances o ingles...

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Un compromiso moral

MANUEL SIMÓN VIOLA MORATO | Sábado, 31 de marzo de 2012

 SOLO EN BERLÍN

Hans Fallada

Madrid, Maeva Ediciones, 2011, 575 págs.

Trad. de Pilar Blanco

 

Conocido con el seudónimo de Hans Fallada, Rudolf Ditzen (1893-1947) fue un  notable novelista alemán que se dio a conocer en 1920 (El joven Goedescha), pero su reconocimento en Europa llegaría en 1932 con Pequeño hombre, ¿y ahora qué?.  Considerado como una figura indeseable para el poder político durante los años  del nazismo, Fallada, forzado por las penurias enconómicas, compuso en unos  meses Solo en Berlín el mismo año de su muerte por una sobredosis de morfina.

Por la ubicación de su trama y su tendencia a dar protagonismo a las gentes corrientes, la novela puede relacionarse con Adiós a Berlín (1939) de Christopher Isherwood, novela con varias versiones teatrales y una versión cinematográfica exitosa (Cabaret, 1972). Si esta narración describe la irrupción fulgurante del nazismo en el Berlín de los años treinta, Solo en Berlín (título de la edición francesa que han mantenido las posteriores, el original era Cada cual muere por sí mismo) se sitúa en plena guerra mudial, entre los años 1940 y 1942 (esto es, desde la capitulación de Francia hasta los bombardeos sobre Berlín de la aviación aliada, en uno de los cuales morirá Anna, la protagonista, cuando los guardianes de las prisiones corran a los refugios dejando a los presos en sus celdas).

Como se indica en una “nota del autor” final, la novela, que se publica por primera vez sin las supresiones de la primera edición (1947), se basa en el expediente procesal de un matrimonio alemán, Elise y Otto Hampel, acusados de propaganda clandestina antihitleriana urante los años 1940 a 1942, pero, afirma el autor “sólo a grandes rasgos: la ovela obedece a leyes propias y no puede atenerse en todo a la realidad”. En a ficción, la trama arranca el mismo día en que la prensa alemana informa de a caída de Francia (22 de junio de 1940). El Völkisher Beobachter publica la conocida fotografía en que aparecen Hitler, que se palmea los muslos de satisfación, y el mariscal Göring riendo con el pie “Recibiendo la noticia de la capitulación de Francia”. Ese mismo día los Quangel reciben la oticia oficial de la muerte de su único hijo en el frente.

Hasta ese momento, los Quangel habían sido gentes tranquilas, preocupadas por la subsistencia de su familia, íntegras en su comportamiento (“La conciencia limpia es la mejor almohada”), que no vibran ante el entusiasmo oficial por las victorias (Austria, Checoslovakia, Polonia) y lamentan la violencia contra los judíos. Es cierto que ni él ni su esposa militan en el partido pero de algún modo simpatizan con él (le deben su empleo y pertenecen a organizaciones pronazis). Y es entonces, tras la muerte del hijo, cuando este jefe de taller de carpintería, en las fronteras de la vejez, idea una forma mínima de resistencia individual contra la maquinaria nazi: de un modo artesanal va redactando breves textos con proclamas antinazis (“¿Qué nos han hecho los rusos? Los soldados rusos jugaban a las cartas cuando las bandas de asesinos de Hitler los asaltaron”) en postales que reparte por lugares concurridos apoyado en todo momento por su esposa. A ninguno de los dos les guía un compromiso político, sino moral, lo que vendría a demostrar que al margen de una oposición política al Reich, cada vez más debilitada por la represión y el terror, también hubo una resistencia civil movida por un simple impulso ético.

Contemplado desde hoy, lo que más llama la atención es la falta de sentido común de la empresa: la sociedad alemana estaba o entusiasmada por la deriva de los acontecimientos o insensibilizada y amedrentada por la violencia. Ni siquiera la idea, por ello, era buena: la mayoría de las postales y proclamas acabaron o destruidas rápidamente (quemadas, lanzadas a los retretes) o en manos de la Gestapo (que llegó a reunir unas 220) y nunca llegaron a pasar de mano en mano como Otto suponía.

Lo que sí lograron es que la policía y los cargos medios del partido se pusieran nerviosos (“el elefante se siente amenazado por el ratón”) y emprendieran una búsqueda por los bajos fondos (momento en que la novela se aproxima al territorio de la novela negra: sospechosos, rufianes, prostitutas, delatores…) hasta apresar a estos dos individuos insignificantes del norte de Berlín, que arrastarán consigo, tras bárbaros interrogatorios, a conocidos inocentes a una auténtica trituradora de carne (la policía política, el sistema judicial y carcelario nazis).

Con metodos tradicionales y un enfoque realista y documental, el autor logra describir con eficacia una ciudad militarizada en que todo el esfuerzo humano va destinado al sostenimiento de la contienda, atenazada por el terror, habitada por individuos que en cualquier momento pueden ser víctimas de una delación (o convertir en delatores: un buen modo de ponerse a salvo) en un amplio espectro de vidas sometidas al ventarrón de la historia, a un poder totalitario que no tolera ni la neutralidad, ni la indiferencia, ni la falta de colaboración.

 

 

 

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